sábado, septiembre 2

Calladita me veo más bonita

¡Las cosas que hacemos por nuestros padres!
Hace unos cuantos días, ví a mi padre un poco ojeroso, y muy canoso (quienes lo conozcan sabrán que tiene diéz años viéndose de este modo, sin embargo, me preocupé). Como la hija consciente, consternada y generosa que soy, le sugerí que tomara vacaciones. A lo cual respondió el siguiente día con una invitación a Mazatlán.
Protesté cuanto pude, pero al final tuve que ceder un poco. Yo sabía que sufriría horrores en una playa del Pacífico, donde el clima es soleado, cálido, el mar limpio, cristalino, y la comida deliciosa. Eso sin mencionar que de manera totalmente involuntaria me volaría los primeros dos días de clases de este mi último cuatrimestre.
Finalmente, cuando no hubo berrinche suficiente que me salvara de tan trágico tormento, empaqué mi traje de baño y cuanto pude antes de que fuera demasiado tarde y se decidiera por unanimidad que me quedara.
Al llegar me di cuenta que mis presagios se habían quedado cortos, muy cortos, pitufescos en comparación con la realidad. La playa más bonita de lo que recordaba, el sol, más dorado, la gente más amable y los atardeceres de un rojo más intenso.
Y así se pasaron los días, entre albercas, Océano Pacífico, mariscos y piñadas (sí, mis pequeños saltamontes, eso es una piña colada sin alcohol).
Sobra decir, que aproveché el tiempo para intentar quitarme (como diría Garrick), "....esta palidez del rostro mío...". Afortunadamente, resultó fructífero el esfuerzo, con el evidente resultado de ya no tener un tono de piel que se encuentre entre el verde burócrata y el amarillo tokyo.
En el penúltimo día de nuestra estancia, conocimos el mamuca's, un lugar de tradición culinaria que data desde 1961. Reconocido por todos los nativos autóctonos mazatlecas oriundos de Mazatlán (no me gusta redundar, así que prefiero mantenerlo breve) como el mejor lugar para comer mariscos, es un lugar, que si bien, no es comercialmente elegante, tiene el encanto de esos lugares familiares que los de provincia estamos acostumbrados a amar.
Atendido por la señora Sandra, hija del hoy finado Sr. Mamuca, el restaurant del mismo nombre ofrece mariscos preparados con un sabor y una sazón que pocos son los afortunados merecedores de probarlos.
Conchas rellenas de jaiba gratinada, tan suave que se deshace en la boca como mantequilla, con un sabor suave, pero definido, y muy puro. Camarones dorados de mantequilla con un toque casi imperceptible de ajo; pescado a la plancha con hierbas, cocinado en el tiempo que la vasta experiencia dicta como el indicado para que conserve todo su sabor, al tiempo que adquiere consistencia suave, ostiones con tomate, gratinados en queso de sabor delicado...
(en este instante me tomo un momento para revivir los sabores, aromas y colores. Respiro profundo, y busco en mi ser el poder para concentrarme nuevamente en el relato.)
Doña Sandra, la tan mencionada dueña del establecimiento y hada madrina de la comida, mencionó una frase que, a pesar de ser referida al clima, posee una sabiduría innata y aplicable para todo caso. Dicha frase fue hecha en respuesta a la pregunta "Cree usted que llueva en la noche?"
"Quien sabe, pero ya ve como está el clima de calmado, como que ni se mueve? Eso sólo significa que va a pasar algo fuerte. "
Efectivamente, una hora después, los noticieros comenzaron a transmitir información acerca de John, la tormenta tropical que viajaba rumbo a Los Cabos, Baja California, y cuyos efectos secundarios (lluvias y vientos no destructivos) alcanzarían Mazatlán. Esa misma noche, llovió con una intensidad que Querétaro envidió por primera vez desde octubre de 2003.
Y mi padre comentó que esa frase tiene razón en más de un sentido. La quietud es las más de las veces presagio de tragedia que antesala de alegrías. Como ejemplo citó el caso de cuando mi hermana y yo éramos chicas y jugábamos de manera muy ruidosa y brusca. Cuando dejaba de oir ruido, se preocupaba, porque posiblemente ya hubiéramos hecho alguna travesura, roto algo, ensuciado algo o tratado de reparar algo. Una vez, cuando yo tenía tres o cuatro años, dejó de oirme durante un lapso prolongado, y cuando por fin me encontró, yo estaba cortando peras.
En lo alto de un peral. Donde el viento soplaba muy fuerte, y agarrada de una sola mano, porque en la otra tenía un palo de escoba para alcanzar las peras. Por eso mi papá me enseñó a que jugara haciendo ruido, para saber siempre donde estaba.
y aprendí muy bien.
Demasiado.

2 Comments:

Blogger yo said...

que bien que aprendiste a jugar haciendo ruido, ahora a aprender a cocinar como dona sandra!

septiembre 05, 2006 10:53 a.m.  
Blogger Pamela said...

Pobre de ti Chapis! Como sufres!! En cambio yo estudiando de sol a sol! A poco no te da envidia???? Pero ni modo Dani, hay que hacer sacrificios de vez en cuando!

septiembre 08, 2006 3:26 p.m.  

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