Capítulo I
Ok. Aquí va...
Una pequeñísima petición antes...
Debido a que yo tengo un contrato firmado con Noble Books Publishers, todo mi trabajo está Copyrighteado y registrado como propiedad intelectual. Eso es gracias a mi editor Steve Michaels, quien se encarga de todo el trámite legal sin costo alguno para mí. El costo es que es propietario del 20% de los derechos de autor de mi trabajo. No digo esto porque dude de alguno de ustedes. Si dudara, simplemente no les enseñaba mi trabajo. Simplemente les suplico que no me queden mal, porque chance para mí no representa bronca alguna si toman prestada alguna fracción, personaje o evento de mi trabajo, pero podrían meterse en una bronca legal con Steve...
Ojalá les guste..
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Una pequeñísima petición antes...
Debido a que yo tengo un contrato firmado con Noble Books Publishers, todo mi trabajo está Copyrighteado y registrado como propiedad intelectual. Eso es gracias a mi editor Steve Michaels, quien se encarga de todo el trámite legal sin costo alguno para mí. El costo es que es propietario del 20% de los derechos de autor de mi trabajo. No digo esto porque dude de alguno de ustedes. Si dudara, simplemente no les enseñaba mi trabajo. Simplemente les suplico que no me queden mal, porque chance para mí no representa bronca alguna si toman prestada alguna fracción, personaje o evento de mi trabajo, pero podrían meterse en una bronca legal con Steve...
Ojalá les guste..
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Treinta y tres años tuvieron que pasar para que el viñedo alcanzara su esplendor actual. La niña sonrió a pesar de saber que esa sería probablemente su última sonrisa en mucho tiempo. Y se quedó de pie, junto a uno de los árboles, hasta que oscureció, y hasta que volvió a amanecer, observando el viñedo.
Su viñedo.
Era la mejor época del año. La vendimia estaba a la vuelta de la esquina. Las mujeres llegarían con sus vestidos amplios, con cintas en el cuello y flores en el cabello. Los hombres, todos con sombrero de paja. Los niños jugarían en el jardín.
Cada año esperaba que llegara el día de la vendimia, y cuando el día llegaba, esperaba que llegara el momento de jugar con los otros niños.
Pero este año no podría jugar. Con la muerte de su padre apenas hacía diecinueve días, eran sólo ella y Jacob quienes debían guiar la vendimia. Su lugar estaba ahora con los adultos.
Se apresuró hacia su yegua, una lipizzano azabache (aún era una cría, debía crecer un poco más, como es sabido, para que alcanzara el color claro tan característico de esta nueva raza que los austriacos tuvieron a bien crear), que contrastaba magníficamente con el brillante cielo de la madrugada. Era la yegua más veloz de todas cuantas había visto Victoria en su vida. La había comprado de un árabe en su último viaje a Marruecos con su padre, hacía dos años. Había comprado la lipizzano, una yegua purasangre árabe, dos sementales purasangre de la región central de la península arábiga, y un esclavo de nombre Abd-Al-Aziz (nombre que significaba esclavo del poderoso), a quien todos llamaban Abdul. Recordaba todo esto mientras desataba a la lipizzano. Y antes de que terminara de clarear, ella ya estaba de regreso en la casa.
Aún había fuego en la chimenea, pero Jacob ya estaba despierto cuando ella entró a su habitación. Eran tan diferentes. Y sin embargo habían crecido como hermano y hermana. Durante muchos años la niña creyó que en verdad eran hermanos. Sin embargo, y por ningún otro motivo que la casualidad, se había enterado cuando tenía cinco años de que no compartían una sola gota de sangre Jacob y ella. Y era tan obvio, que la enojaba el hecho de no haber intuido que Jacob era adoptado.
Él era blanco, con el cabello rubio, también casi blanco. Alto. Altísimo en realidad. Tenía una nariz muy pequeña y recta. Sus ojos eran amables, benévolos. Aparentaba muchos menos de los veintitrés años que ya contaba de vida. Ella en cambio, a sus doce años seguía siendo muy baja de estatura. Tenía el cabello negro y brillante, la piel blanca, y la nariz demasiado larga para las proporciones de su rostro. Era sin embargo, su mirada lo que más llamaba la atención en ella: fija, firme y severa.
“Niña Victoria, la buscan en la oficina de su papá”
“En un segundo, nana”
“A usted también, niño Jacob”
Salió la nana de la habitación, dejando solos a Jacob y Victoria.
“Hoy vendrá el Padre José a dar la última bendición a la tumba de papá” Le informó Jacob a la niña. A ella no le pareció extraño qué él se refiriera como Papá a su padre, pues siempre lo había sido…
Salieron en silencio hacia la oficina de su padre, lugar que ambos habían evitado desde la muerte de éste.
Apenas hubieron entrado, se dieron cuenta de cuánto tiempo había pasado desde la muerte de su padre, pues el escritorio estaba cubierto de polvo, las lozas del piso distaban mucho de brillar como las del resto de la casa.
Reconoció al anciano gordo y calvo como el abogado de su padre, quien sostenía una carpeta de cuero café muy gruesa entre sus muy gordas y muy cortas manos.
“Trataré de ser breve, Srita. Victoria y Joven Jacob” dijo en lo que posiblemente se imaginaba como un tono paternal y preocupado de voz
“Y yo le suplicaré, Sr. Rentería que no se dirija a mí por nombre” Interrumpió Victoria, aparentemente muy ofendida de que un hombre a quien ella no le había dado tales muestras de confianza se dirigiera a ella como si fuera de su familia.
Jacob por su parte, no logró disimular por completo su diversión, ni logró convincentemente poner cara de mortificación. Siempre le había impresionado el control que podía llegar a tener la niña sobre los demás. En eso ella se parecía mucho a su padre. Era un don que Jacob admiraba mucho, y en ocasiones llegó a envidiarle a Victoria (odiaba pensar en ella como su hermana).
Ella tenía el carácter de su padre; estaba acostumbrada a dar órdenes y que éstas se obedecieran. Al instante. Era orgullosa, altanera y muy altiva. Y esto hacía que resaltara mucho más el carácter sumiso de Jacob, que frecuentemente se encontraba imposibilitado de negarle uno sólo de sus caprichos a la niña.
Sólo cuando escuchó la palabra testamento, Jacob se dio cuenta de que se había distraído en sus cavilaciones.
“De modo que procederé, si me lo permiten, a dar lectura a la última voluntad de su padre y gran amigo mío, el Sr. Don León Agustín de Nevares Caro Mendosa.”
Esperó una nueva interrupción por parte de Victoria, y al percibir que no la habría, reanudó rápidamente su soliloquio.
“Yo, León Agustín de Nevares Caro Mendosa, hijo legítimo de Don Félix de Nevares Caro y Carpio y Doña María Vidonia Mendosa Vieira, en pleno uso de mis facultades y con la certeza de que no sobreviviré al día de mañana, dispongo se haga lo siguiente:
Al llegar el vigésimo día de mi muerte, se haga saber a mis hijos Jacob de Nevares Caro Jiménez y Victoria de Nevares Caro Deza lo que a continuación dictaré a mi amigo y abogado por más de treinta años, el Sr. Don Luís Rentería Fernández, en presencia de los dos testigos cuya firma autógrafa calza este documento.
Es mi último deseo que mi hijo Jacob se una a la orden de los jesuitas, en cuerpo, mente y espíritu, siendo uno más de los hermanos, viviendo con ellos y como ellos.
De igual modo, dispongo que mi hija Victoria quede como propietaria única del viñedo de nombre “Los Nevares”, propiedad que incluye la casa, los caballos, el producto de las viñas, la barricas, las salas de añejamiento, las cavas, los trabajadores, esclavos, y todo lo que se contenga dentro de “Los Nevares”. Dicha propiedad cesará en el momento en que ella contraiga matrimonio, obedeciendo a la Ley Cristiana que obliga a que la propiedad de una mujer pase a manos de su señor, exceptuando el caso en que no exista un hombre que se haga responsable por los bienes de dicha mujer.
Es esta mi última voluntad y como tal es obligación de mis hijos que se respete y del Sr. Don Luís Rentería Fernández observar su cumplimiento y brindar consejo legal y personal a mis hijos con su mejor interés en mente y sin afán de beneficio personal, ni derecho de cobrar por los favores extendidos, pues todo lo que pudiera cobrar, ya le ha sido pagado mientras he estado yo con vida.”
Su viñedo.
Era la mejor época del año. La vendimia estaba a la vuelta de la esquina. Las mujeres llegarían con sus vestidos amplios, con cintas en el cuello y flores en el cabello. Los hombres, todos con sombrero de paja. Los niños jugarían en el jardín.
Cada año esperaba que llegara el día de la vendimia, y cuando el día llegaba, esperaba que llegara el momento de jugar con los otros niños.
Pero este año no podría jugar. Con la muerte de su padre apenas hacía diecinueve días, eran sólo ella y Jacob quienes debían guiar la vendimia. Su lugar estaba ahora con los adultos.
Se apresuró hacia su yegua, una lipizzano azabache (aún era una cría, debía crecer un poco más, como es sabido, para que alcanzara el color claro tan característico de esta nueva raza que los austriacos tuvieron a bien crear), que contrastaba magníficamente con el brillante cielo de la madrugada. Era la yegua más veloz de todas cuantas había visto Victoria en su vida. La había comprado de un árabe en su último viaje a Marruecos con su padre, hacía dos años. Había comprado la lipizzano, una yegua purasangre árabe, dos sementales purasangre de la región central de la península arábiga, y un esclavo de nombre Abd-Al-Aziz (nombre que significaba esclavo del poderoso), a quien todos llamaban Abdul. Recordaba todo esto mientras desataba a la lipizzano. Y antes de que terminara de clarear, ella ya estaba de regreso en la casa.
Aún había fuego en la chimenea, pero Jacob ya estaba despierto cuando ella entró a su habitación. Eran tan diferentes. Y sin embargo habían crecido como hermano y hermana. Durante muchos años la niña creyó que en verdad eran hermanos. Sin embargo, y por ningún otro motivo que la casualidad, se había enterado cuando tenía cinco años de que no compartían una sola gota de sangre Jacob y ella. Y era tan obvio, que la enojaba el hecho de no haber intuido que Jacob era adoptado.
Él era blanco, con el cabello rubio, también casi blanco. Alto. Altísimo en realidad. Tenía una nariz muy pequeña y recta. Sus ojos eran amables, benévolos. Aparentaba muchos menos de los veintitrés años que ya contaba de vida. Ella en cambio, a sus doce años seguía siendo muy baja de estatura. Tenía el cabello negro y brillante, la piel blanca, y la nariz demasiado larga para las proporciones de su rostro. Era sin embargo, su mirada lo que más llamaba la atención en ella: fija, firme y severa.
“Niña Victoria, la buscan en la oficina de su papá”
“En un segundo, nana”
“A usted también, niño Jacob”
Salió la nana de la habitación, dejando solos a Jacob y Victoria.
“Hoy vendrá el Padre José a dar la última bendición a la tumba de papá” Le informó Jacob a la niña. A ella no le pareció extraño qué él se refiriera como Papá a su padre, pues siempre lo había sido…
Salieron en silencio hacia la oficina de su padre, lugar que ambos habían evitado desde la muerte de éste.
Apenas hubieron entrado, se dieron cuenta de cuánto tiempo había pasado desde la muerte de su padre, pues el escritorio estaba cubierto de polvo, las lozas del piso distaban mucho de brillar como las del resto de la casa.
Reconoció al anciano gordo y calvo como el abogado de su padre, quien sostenía una carpeta de cuero café muy gruesa entre sus muy gordas y muy cortas manos.
“Trataré de ser breve, Srita. Victoria y Joven Jacob” dijo en lo que posiblemente se imaginaba como un tono paternal y preocupado de voz
“Y yo le suplicaré, Sr. Rentería que no se dirija a mí por nombre” Interrumpió Victoria, aparentemente muy ofendida de que un hombre a quien ella no le había dado tales muestras de confianza se dirigiera a ella como si fuera de su familia.
Jacob por su parte, no logró disimular por completo su diversión, ni logró convincentemente poner cara de mortificación. Siempre le había impresionado el control que podía llegar a tener la niña sobre los demás. En eso ella se parecía mucho a su padre. Era un don que Jacob admiraba mucho, y en ocasiones llegó a envidiarle a Victoria (odiaba pensar en ella como su hermana).
Ella tenía el carácter de su padre; estaba acostumbrada a dar órdenes y que éstas se obedecieran. Al instante. Era orgullosa, altanera y muy altiva. Y esto hacía que resaltara mucho más el carácter sumiso de Jacob, que frecuentemente se encontraba imposibilitado de negarle uno sólo de sus caprichos a la niña.
Sólo cuando escuchó la palabra testamento, Jacob se dio cuenta de que se había distraído en sus cavilaciones.
“De modo que procederé, si me lo permiten, a dar lectura a la última voluntad de su padre y gran amigo mío, el Sr. Don León Agustín de Nevares Caro Mendosa.”
Esperó una nueva interrupción por parte de Victoria, y al percibir que no la habría, reanudó rápidamente su soliloquio.
“Yo, León Agustín de Nevares Caro Mendosa, hijo legítimo de Don Félix de Nevares Caro y Carpio y Doña María Vidonia Mendosa Vieira, en pleno uso de mis facultades y con la certeza de que no sobreviviré al día de mañana, dispongo se haga lo siguiente:
Al llegar el vigésimo día de mi muerte, se haga saber a mis hijos Jacob de Nevares Caro Jiménez y Victoria de Nevares Caro Deza lo que a continuación dictaré a mi amigo y abogado por más de treinta años, el Sr. Don Luís Rentería Fernández, en presencia de los dos testigos cuya firma autógrafa calza este documento.
Es mi último deseo que mi hijo Jacob se una a la orden de los jesuitas, en cuerpo, mente y espíritu, siendo uno más de los hermanos, viviendo con ellos y como ellos.
De igual modo, dispongo que mi hija Victoria quede como propietaria única del viñedo de nombre “Los Nevares”, propiedad que incluye la casa, los caballos, el producto de las viñas, la barricas, las salas de añejamiento, las cavas, los trabajadores, esclavos, y todo lo que se contenga dentro de “Los Nevares”. Dicha propiedad cesará en el momento en que ella contraiga matrimonio, obedeciendo a la Ley Cristiana que obliga a que la propiedad de una mujer pase a manos de su señor, exceptuando el caso en que no exista un hombre que se haga responsable por los bienes de dicha mujer.
Es esta mi última voluntad y como tal es obligación de mis hijos que se respete y del Sr. Don Luís Rentería Fernández observar su cumplimiento y brindar consejo legal y personal a mis hijos con su mejor interés en mente y sin afán de beneficio personal, ni derecho de cobrar por los favores extendidos, pues todo lo que pudiera cobrar, ya le ha sido pagado mientras he estado yo con vida.”
1 Comments:
Chapis... Siempre me ha gustado como escribes, esta no es la excepción... can't wait to read the next chapter...
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