Lady City o la ciudad persona
No es un título circular, ni cuya función sea ponerlos a reflexionar. Simplemente es una de la pruebas más tangibles de mi indecisión.
No me ataca con frecuencia. Es más, puedo, sin temor a equivocarme, afirmar que las ocasiones en las cuales desconozco o me es difícil decidir lo que quiero son tan escasas como un día frío en la primavera queretana.
O eso creía.
Hasta que hoy, aproximadamente a las cinco de la tarde, me di cuenta que ya no puedo darme el lujo de hacer planes para mi futuro por varios motivos:
No me ataca con frecuencia. Es más, puedo, sin temor a equivocarme, afirmar que las ocasiones en las cuales desconozco o me es difícil decidir lo que quiero son tan escasas como un día frío en la primavera queretana.
O eso creía.
Hasta que hoy, aproximadamente a las cinco de la tarde, me di cuenta que ya no puedo darme el lujo de hacer planes para mi futuro por varios motivos:
a) el futuro ya me alcanzó ( o yo alcancé al futuro... no sé en que orden ocurra).
b) ya tengo tantos planes hechos que si a los ciento cincuenta años he cumplido la mitad será porque me di mucha prisa.
c) Como francamente dudo vivir hasta los ciento cincuenta años, creo que sería ridículo agregar planes que no puedo deshacer, pero que posiblemente tampoco tendré tiempo de cumplir.
d) Posiblemente en algún momento, Signorina Fortuna sienta que la he excluido de mi vida, o aún peor, que me he olvidado de ella.
Pero hoy sentí el peso de la responsabilidad. De la edad, de estar a punto de terminar la carrera, de ser un ADULTO.
En diciembre me gradúo. y... ¿qué va a ser de mi vida? He sido estudiante mucho más tiempo del que no lo he sido. No sé cómo no ser estudiante.
Y pronto voy a dejar de serlo. Cierto, tengo planes de maestría y doctorado, lo cual no nulifica un futuro estudiantil. Sin embargo, y a pesar de ello y de tantos planes, siguen siendo sólo eso: planes.
Planes a ciencia cierta, pero plazo indeterminado.
Y por enésima vez, sentí que no tengo control sobre mi vida. Y eso me molesta más que muchas cosas. Más que muchísimas cosas.
Y me di cuenta del círculo vicioso en que me he metido. No, no... el círculo vicioso que yo misma he creado: Hago planes para tener control sobre mi vida, únicamente para posteriormente darme cuenta que son tantos planes que no puedo tener control sobre todos ellos.
Así que como dije antes: Hoy voy a cambiar. (Bueno, creo que lo dijo Lupita D'alessio antes que yo, pero como la sección amarilla: Sí funciona y funciona muy bien.)
He decidido no hacer más planes.
No malinterpreten, porfavor. Pienso cumplir los planes que he hecho hasta ahora, pero no pienso agregar uno sólo más a la lista. El costal se queda tan lleno como está. ni más ni menos.
Mi misión, si decido aceptarla, será ir tachando planes y palomeando logros, para que al final de la última cena, cuando haya que pagar la cuenta y los platos rotos, los números estén balanceados.
Y como no tengo la más sutil, mínima, obscura y recochina idea de cómo se hace eso, apliqué la filosofía Franciscana (no me refiero a ninguno de los San Franciscos, sino a mi papá).
Y dicha filosofía versa así: "A veces me siento y pienso. Y a veces nomás me siento"
Así que me senté. Obviando casi por completo el tic tac de mi futuro que cada vez suena más fuerte y enojado. Sin escuchar el ruido de la gente, sin escuchar mis pensamientos, sólo me senté. Y por primera vez desde hace mucho tiempo disfruté un auténtico atardecer queretano como Dios planeó que fuera disfrutado.
Me di cuenta que mi ciudad es una dama de muchos colores que ofrece todo lo necesario para relajarse y aliviar el tan cotidiano agobio de la vida con prisa.
Me hice el firme propósito (que no es lo mismo que un plan) de ver muchos más de esos atardeceres tan estruendosamente hermosos.
Tan llenos de vida, de paz.
Con su explosión naranja como fondo a las nubes doradas, que son perseguidas por la oscuridad.
Cursi? Sí un poco. Pero también es cierto. Ojalá lo hubieran visto