lunes, enero 1

Capítulo V

Ya sé que desde hace mucho debi publicar esto.
Ni modo, nada que hacerle, no había podido por varios motivos.
Por si ya se olvidaron de que se trata les pongo los links de lso capítulos anteriores. Y a ver si los últimos dos los publico pronto también.

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV

_______________________________________________

Tres días solamente estuvo en Los Nevares Jacob. Pero ese fue todo el tiempo que se necesitó para que Victoria cometiera el mayor error de su vida. El primero en una serie de errores que terminarían por cambiarla irremediablemente y después de los cuales quedaría demostrado que ese carácter fuerte, frío y a veces atemorizante de Victoria era mucho más que simple apariencia.

Durante esos tres días en los que el Padre Jacob regresó al que siempre había llamado su hogar, sucedieron todos los eventos característicos de la boda, y algunos cuantos que no lo fueron.

El primero de estos últimos ocurrió algunas horas antes de la boda, cuando el cura entró al cuarto de su hermana a confesarla. No era sólo un sacerdote confesando a una novia. No era sólo Jacob confesando a su hermana. Era un hombre confesando a la niña. Y al escuchar su confesión, también él tuvo que confesar algunas cosas.
Sin embargo, y a pesar de esto, la casó.

El término de la boda él estaba dispuesto a regresar, posiblemente para siempre al que a partir de ese momento se vería obligado a llama hogar. Pero no pudo decirle que no a Victoria cuando ella le pidió que se quedara un día más. El tercer día nadie le pidió que se quedara, sin embargo, no se fue.

La fiesta fue un evento inolvidable, del cual se habló durante años. De hecho, así comenzarían los relatos de todos los eventos y rumores que se habían sucedido con motivo de ella.
En ella se sirvió una cena abundante, que no solo dio abasto para los casi mil invitados, sino para toda la servidumbre, tanto de Los Nevares como de Licona.

Al término de la cena, los recién casados se retiraron a lo que en adelante serían sus aposentos, mientras el resto de la concurrencia continuaba bebiendo la producción de la casa y los cantos subían de volumen.

Minutos después, el Padre Jacob se disculpó y se levantó de la mesa, para ir a rezar y arrepentirse de sus confesiones en la privacidad y solitud de su habitación.

La penumbra de medianoche lo encontró dándose golpes de pecho. Minutos después, esos mismos golpes resonaron secamente en la puerta. Y entró Victoria con aire derrotado y abatido, que contrastaba magistralmente con su dramática triunfalidad acostumbrada.

Al verla así, vencida, tan frágil y al borde del llanto, surgió en el padre Jacob un impulso a protegerla que jamás había sido necesario, y que por lo tanto, no pensaba que existiera.

Pasaron varias horas, o varias eternidades antes de que la niña saliera de ahí, nuevamente airosa y vencedora.

El padre no abandonó su habitación al siguiente día. No probó alimento alguno. Tampoco bebió un solo trago de agua. Pasó todo el día en oración, arrodillado ante el crucifijo de la pared.
Cuando en la noche nuevamente entró Victoria (esta vez sin tocar a la puerta), él seguía arrodillado, orando. Sin embargo, no le pidió que se fuera.

Casi amanecía cuando la niña salió de ahí. Minutos después, él salió cabalgando a galope tendido hacia el templo de los jesuitas, donde pasaría tres meses en silencio y el resto de su vida en penitencia.