domingo, febrero 12

Capítulo IV

Se me había olvidado... je je je
sorry.
Ahi les dejo ésto:
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La carta llegó un miércoles. Anunciaba lo que probablemente ya era del conocimiento de todos. Excepto de él. El domingo se celebraría la ceremonia.
Victoria se casaría.

Victoria se casaría.
Esta frase se repetía con violencia entre sus pensamientos sin coherencia mientras esperaba ser recibido por el Padre José.

Notó como sus nudillos se tornaban más blancos cada instante. Pero no podía dejar de apretar los puños. Era tal su rabia que por unos momentos hubiera casi deseado no recibir esta carta de manera tan abrupta y fuera de lo común.

No supo con exactitud lo que había dicho al Padre, pero debió ser bastante convincente, puesto que éste le concedió permiso de abandonar el templo durante cinco días, suficiente para que asistiera a la ceremonia y sin prisa regresara. Le había sido proporcionado un caballo, que si bien era joven, también era perezoso y lento.

¿Qué sería de Los Nevares? ¿Quién sería el nuevo dueño, señor y amo del viñedo, y por consiguiente, de Victoria?
El nombre era Miguel Toribio Villalón de Licona y Balda, nombre que exudaba nobleza y aristocracia. Su padre era el Señor de Licona, provincia relativamente cercana a Los Nevares, pero mucho mayor en extensión y riqueza.

Jacob apresuró a su caballo por quinta vez en el mismo minuto, y el caballo dio un par de aburridos pasos a semigalope, únicamente para retomar su apático ritmo nuevamente.

Preocupado, desesperado nervioso y cansado llegó a Los Nevares, con ocho horas de retraso, pero con la determinación intacta.

Salió a recibirlo Victoria al patio central, seguida por Abdul el esclavo. Aunque como Jacob pudo muy bien notar, ya no llevaba ropa de esclavo, muy por el contrario, las ropas que ostentaba Abdul eran de un lujo que hubiera escandalizado a los hermanos jesuitas.

Saludar a la niña fue una experiencia muy diferente a cualquier cosa que hubiera esperado. Victoria ya no era la misma niña que lo veneraba y seguía a todas partes tratando de agradarlo. Jacob aún no olvidaba la carita de Victoria llorando cuando él partió para ordenarse, hacía casi seis años. La amenaza había sustituido a las lágrimas, sin embargo, había en el aire cierta familiaridad que provocaban los movimientos de la niña, que le inspiraba confianza muy a pesar de la alerta que no cesaba de repetirse en su mente.

“Te vas a casar” Fue lo único que atinó a decir
“No, tú me vas a casar. Ya lo autorizó el Padre José.” Y le mostró un papel al final del cual aparecía lo que únicamente podía ser la firma del Padre José, la había visto millones de veces y la reconocería siempre.
“Victoria, ¿qué va a pasar con Los Nevares?”
“Pasará a aumentar las propiedades de mi esposo, por supuesto. No podría quedar en mejores manos”
“Podría quedar en tus manos.”
“¿Esperabas que nunca me casara?”
“No sé. Pero sí esperaba que no estuvieras tan dispuesta a ceder la herencia de tu padre. De mi padre.”
La amenaza volvía a aparecer en los ojos de Victoria, anunciándole al hermano Jacob que era hora de aceptar sus decisiones y poner la otra mejilla. Dio media vuelta y entró en la casa. No dejó de caminar hasta que estuvo en su viejo cuarto, con la puerta firmemente cerrada.

Nada había cambiado. Las paredes aún tenían los cuadros que él pintó cuando pensó que su futuro iba a ser otra cosa. La mesa aún tenía sus libros. Y Victoria aún tenía el poder de hacerlo enojar, de quitarle el sueño de preocupación, de inquietarlo.
Pero ahora él tenía de su lado la oración para alejar todos estos pensamientos. Y al hincarse y hacer la señal de la cruz se concentró firmemente en tener únicamente pensamientos cristianos.
Pasó toda la noche en oración, y cuando llegó la mañana ya se encontraba en un estado de tranquilidad que él supuso inquebrantable.

Se ofició la boda, entre nardos y alcatraces. La niña iba de blanco, su esposo de negro, a juego con la sotana del hermano Jacob.

Al término de la ceremonia, tuvo oportunidad de conocer al que de ahí en adelante sería el amo y señor de Los Nevares. Era buena persona, amable, cuidadoso, ordenado, pero poco inteligente y muy vano. Y se dio cuenta de los motivos que tuvo Victoria para aceptarlo como su esposo. Sonrió para sus adentros, sabiendo que sería más correcto referirse a la niña como la Señora de Licona, que a él como el Señor de los Nevares.

1 Comments:

Blogger fernando.calatayud said...

jejeje... queremos conocer a la niña victoria...

gracias por la amena lectura, aunque preferiría que tus capítulos fueran tan largos como los de los libros de la escul, y los de los libros todavía más cortos que los tuyos.

febrero 12, 2006 2:48 p.m.  

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